QUIZÁ ESE DÍA TAMPOCO SEA HOY
(Editorial Cultura, 2010)
Vania Vargas
Hay cosas que no se
comparten / La muerte / por ejemplo / Se suponía que él debía irse al infierno
/ solo. ¿Qué sentir después de
haber leído esta suerte de pequeño proyectil que parece explotar frente a
nuestros ojos para luego internarse, convertido en esquirlas, en nuestra
atónita humanidad a duras penas parpadeante? ¿Cómo entender que en menos de veinte
palabras se encierre una vida: un pasado, un presente y un futuro? ¿Cómo
asimilar, cómo lidiar con esta precisión, con esta arrolladora certidumbre, con
este más que atino?
Uno sonríe previo a quedarse petrificado. Uno intenta reponerse enseguida.
Uno al menos lo intenta.
Cuando llegué a la página 44 de Quizás ese día tampoco sea hoy, de
Vania Vargas, no supe que ya había recorrido más de la mitad de un ejemplar que
acababa de recibir de las propias manos de Vania. Junio del 2011, Guatemala. Recuerdo
que lo consumí atropelladamente, como cuando uno tiene hambre y le da lo mismo
masticar mal y atragantarse; así, ansioso. Los poemas me condujeron con esa
facilidad indiscutible que sólo los textos bien logrados y equilibrados poseen.
Las palabras, en su conjunto, o debería decir las imágenes, no dejaron de
ofrecérseme, de colmarme en asombro y en agudeza, de cuestionarme profundamente
y a la vez de satisfacerme como nos satisfacemos cuando, para bien o para mal, nos
miramos en un espejo, o en muchos. La invitación, esa invitación intrínseca en
este tipo de contratos (autor/lector), en resumidas cuentas y tal como me lo
esperaba tratándose de Vania, fue efectiva y el resultado, hondamente
placentero.
Ya en Madrid, vinieron las relecturas y la constatación de que la voz de
Vania hay que escucharla varias veces, despacio, sin prisas, porque es innegable,
porque se saborea genuina y certera.
El primer rasgo que me gustaría destacar, luego de leer a conciencia este
segundo libro de poemas de Vania (continuación de Cuentos infantiles,
Catafixia, 2010), es algo que quizá corra el riesgo de sonar trillado, la
sensación de que yo, como lector, me estaba viendo reflejado, de que el libro
que he tenido muchas veces en mis manos es, sí, un racimo de visos, de
apariencias, tremendamente reales, en donde las preocupaciones existenciales y
estéticas de Vania, parecen ser también las mías. De hecho, lo son. O al menos,
las siento compartidas, las defino participadas.
En Quizás ese día tampoco sea hoy (un título que ya de por sí
anuncia cierta desesperanza, pero que no nos empuja al fracaso), Vania explora y
afronta varios conflictos que entiendo son los motores de la creación de este
libro. Hay un devaneo interno entre lo que se es y lo que se desea ser, entre
la ruta personal de vida escogida y la impuesta por la realidad o por el
beneplácito ajeno presente, por ejemplo, en la figura maternal (hay tres poemas
seguidos que lo testifican, a saber: p. 22, 23 y 24), en las menciones
familiares, en las alusiones a la perspectiva “del otro”, a Melissa (acaso
reflejo traído desde el inconsciente de Vania, ese como doble suyo que parece
que aún habita en la casa de la infancia y que se materializa ahora en la adultez
y en la soledad urbanita), esa réplica que presagia el futuro, pero que también
da fe de un presente que se empeña en detallar, como lo haría un espectador
atento, el ser de Vania, su condición humana, sus vicisitudes. He ahí que la
primera parte del libro se titule “Los dobles”.
El poema “The ballad of Bonnie Parker”, quizás de mis favoritos, reúne
varios elementos y detalles que nos ilustran parte de lo anteriormente dicho.
Cito dos estrofas:
No
esta
que ves no es ni la sombra de mi lado salvaje
yo
bien pude haber sido Bonnie Parker
con
estas ganas que me dan de asomarme a las ventanas
de
marcharme en el tiempo
de
ver el pasado destruirse
como
las ciudades nocturnas
cuando
tiembla el televisor
Yo
también soñé una vida peligrosa
con
acumular historias
de
las veces que he escapado de la muerte
con
mostrar las cicatrices que dejó
el
impacto de los días [p. 17]
Hay una pugna, hay tribulación. Y son esos sentimientos, desde mi punto de
vista, los que nos trasladan inevitablemente a la segunda parte del libro
titulada “La muerte”. Aquí, el conflicto (un conflicto asumido y afrontado por
Vania persona y Vania poeta) se amplía, ya no es sólo una cuestión íntima, ya
no es sólo el convivir con esa suerte de desdoblamiento metafísico del
individuo, esa bifurcación emocional, ese “yo” escindido que se siente proclive
a conjeturar, precisamente, acerca de las dualidades (yo agente/yo paciente, yo
observador/yo observado, yo niño/yo adulto, yo realidad/yo reflejo, yo
allá-antes/yo aquí-ahora) pero que lo hace desde su fuero interno, desde
territorios introspectivos, como una necesidad básica e impostergable, casi
como un hábito. Ahora el conflicto implica, además de lo ya dicho, el desenlace
y la fatalidad que están ahí, en cualquier parte, en cualquier momento, afuera
de los muros, en la calle, a la orden del día, siempre, como si fuera una
sorpresa.
Foto © Pedro
Orozco Bautista / El Quetzalteco
Existir, ser, relacionarse, temer, trasladarse, lidiar con presencias
reales o evocadas, rozarse con fantasmas,
enfrentarse, exponerse, ser parte de o verse ajena, intentar escapar, no caer, bregar
contra la costumbre recalcitrante y contra la soledad, el tedio, la ciudad… el
compromiso intrínseco de la vida cotidiana y terriblemente periódica a merced
de la muerte, con la intensidad que este hecho trascendental en sí supone, con
la complejidad también que acarrea para un alma sensible, perceptiva y
observadora, como lo es, sin lugar a dudas, Vania Vargas. Así pues, luego de
los primeros textos de esta segunda parte, que parecen servir de transición,
emergen los más intensos y más contundentes, los discursos que más se acercan a
mi universo personal y con los que más me siento reconfortado.
Es más, por eso mismo, comparto aquí tres estrofas de tres poemas distintos
que, casi alcanzando el final del libro, condensan, según mi precario y quizás
insolente punto de vista, las raíces emocionales (además de las ya expuestas en
relación con la primera parte del libro) que posiblemente llevaron o movieron a
Vania a construir gran parte de Quizás ese día tampoco sea hoy. Cito:
Hay
momentos
en
que me da por golpear
las
paredes de los días
que
se precipitan
por
esta ciudad
ajena
sin
reparar en la sacudida violenta
de
la sorpresa
que
se esconde en las esquinas [p. 45]
Ella
vive como escribe
a
gotas / con miedo
con
demasiados silencios
—mentalmente—
en
una constante agitación interna
mientras
aprieta los dientes
mientras
cruza la ciudad que se va quedando atrás
como
un rollo negativo que se descorre a contraluz
y
que tiene cortado el principio y el final [p. 54-55]
Para
salvarse sólo necesita una ranura mental
un
punto de escape
que
impida la explosión de ese horno interno
alimentado
por la cotidianidad y el sinsentido
por
los fantasmas
que
de vez en cuando le tocan el hombro
por
el acecho del dolor cuando cierra los ojos
por
el mandato de la eternidad que se traga la nada [p. 56]
Tribulación y turbulencia. De nuevo.
He prescindido de realizar una disección minuciosa y analítica, de
desmenuzar este libro como lo hubiera hecho un médico forense simple y
sencillamente porque mi intención no es valerme de ninguna de las tretas del raciocinio
sino atender a las sensaciones (que es lo que he intentado plasmar aquí), a la
resonancia que pueda tener en mí este tipo de poesía (esa que considero vital y
genuina), al lenguaje íntimo, y por lo tanto invisible, que circula en vaivén
entre las palabras hechas imágenes, testimonio y réplica, y yo. Y, detalle
importante, porque no se lo merece.
En Quizás ese día tampoco sea hoy la poesía de Vania es diáfana y
directa; es certera y contundente. Posee un componente narrativo en su forma
que invita, que orienta, que rebela. No necesita escarbarse; no necesita ser
manoseada para extraerle la savia candente, esa que esperamos siempre nos
ilumine el camino. La razón sobra porque todo está dicho para ser asimilado o entendido
(si es que eso, el entendimiento, es realmente imprescindible para la
experiencia poética que Vania nos ofrece), no hace falta ningún tipo de
ejercicio mental ni de esfuerzos mentales. Lo dicho no se queda flotando en el
aire como una nube, más bien transita directamente hacia la humanidad del
lector, hacia nuestros receptores internos.
Y cuando esto ocurre, cuando la poesía carece de frivolidad, de palabrería
exótica, de presunción retórica, de sentimentalismo falaz, de experimentación
desaforada, la poesía es, se realiza y trasciende.
Sinceridad y limpidez. Radiografía de lo emocional y proyección existencial del
caos: Vania Vargas hecha libro.
No hay vida para leer ni la décima parte de todos los grandes libros
publicados. Víctimas del paso del tiempo, habrá que limitarse, habrá que ir
seleccionando para quedarse y aprovechar sólo los mejores. Quizá ese día
tampoco sea hoy, es uno de ellos, sin duda.
Rafael Romero
Madrid, julio 2013