(© Alejandra Solórzano)
Hoy en mi viaje de regreso a Costa Rica,
inicié y finalicé la primera lectura del año, el libro intitulado Entelequias,
del escritor guatemalteco radicado en Madrid, Rafael Romero (1978), publicado
por la Editorial X. Guatemala, 2015.
La palabra entelequia tiene, entre varias interpretaciones, dos sentidos: en la filosofía clásica, término acuñado por Aristóteles, entelequia es la realización del telos, la finalidad o la Causa Final de cada Forma, su realización y autosuficiencia. En sentido retórico, entelequia es nuestro encuentro con cierta «irrealidad», nuestra mente como creadora y testigo de situaciones o mundos irreales que resultan de nuestras cavilaciones y esos pasillos mentales a los que algunos/as somos adictos, pero ¿eso significa que sea irreal?
Un libro de narraciones breves hilvanadas
por el padecimiento de la Nostalgia como común denominador. Coqueteos y bofetadas hasta llegar a la cama,
al abrazo definitivo, premeditado o fatalista de los personajes con su propia Muerte.
Soliloquios cínicos, pero también sensibles,
con franqueza e impiedad de lluvia que acompañan las calles y noches de sujetos abatidos, al mismo tiempo
entronizados en su Soledad. Cinismo y ternura, reverso y anverso de la misma
moneda, rostro y nuca de Luna ausente a pesar de las noches y la oscuridad
sofocante, el personaje silencioso y ubicuo en la mayoría de los cuentos.
Por encima de la fragilidad inquietante,
los personajes llevan su herida a plena luz. Muestran sin recato alguno su
tristeza, su derrota. Nada hay que esconder frente la incomprensibilidad del deseo —siempre insatisfecho—, acaso la amargura
de un amor no sucedido, y la Soledad, una vez más, otra vez y otra vez, insistente
imperio de la indefensión. Personajes perfectamente construidos, densos,
amenazantes, camaleónicos que se tornan repentinamente frágiles, e incluso
deliberadamente patéticos, acaso como la posibilidad de celebrar en su
ensimismamiento, el triunfo que les prodiga la burla sobre sí mismos.
Este libro reúne «entelequias» escritas entre el año 2002 y 2006, a manos de un autor joven de entre 24 a 28 años de edad al momento en que al parecer fueron escritos. Narraciones con finales impredescibles y con una en ocasiones cansina reiteración de paisajes o espacios putrefactos, vacuos, enrarecidos, donde el abandono «para» o «de» los personajes es el entorno natural que esconde un largo adiós al hogar, o dicho de otra forma, la imposibilidad siquiera, del anhelo al retorno. Los errantes sujetos de estas páginas, son personajes ordinarios que el hecho poético propio de la mirada literaria del autor los convierte en individuos extra-ordinarios que se baten a duelo, a punta de descaro, vulnerabilidad, dualidad, ingenuidad, desdoblamientos, con lo que llamamos «realidad fáctica» pero también con nuestra «realidad mental», pues ¿cómo podría no ser real?
Voy en taxi del aeropuerto a casa. Yo,
por mi parte, continúo viendo a través de la ventana la noche y lo que se
avecina para estos días, mientras sin mi permiso e impudor algunas de las
escenas leídas atraviesan mi mente.
Si alguien va a Guatemala por estos días
o meses, pueden encargarlo en la Librería Casa del Libro, de Casa Cervantes,
con nuestro querido Cristóbal Pacheco.
Alejandra Solórzano
No hay comentarios:
Publicar un comentario