Como Ricardo Arjona escogimos al Bebeto. La onda
con ese cuate fue que el pisado se la llevaba de muy salsita en Jocotenango y
la verdad es que era un pa-qué-vergas. Tenía una su marita ahí en Las
Victorias, drogos, cacos y mucos puramierda casi todos. Ralea, diríamos aquí
entre nos.
Un sábado que estábamos
echándonos unos litros con el Sapo y el Richi, ahí en la pila de la esquina de
la calle del cementerio, por donde viven los Romero, lo vimos dando colazos en
una su BMX cromada, lo más seguro es que taloneando a alguien porque pasó
enfrente tres veces y se veía medio acelerado. Como a la hora, volvió a
aparecer y paró en la esquina de la Librería Azmitia. Prendió un su cigarrito y
se quedó ahí, viendo para todos lados, como si ni mierda. Nosotros sólo
tuluqueando.
En eso, vimos que el
Güelinton iba arrastrando las patas con un su litro de Pepsi en una mano y las
tortillas en la otra, envueltas en una servilleta de esas típicas. El clavo del
pobre patojo pisado, que ni trece años había cumplido, era que había salido
algo mujercita y por eso cómo lo chingaban. Pero el patojo era bien tranquilo y
no se metía con ninguno. Entre casaca y casaca ni nos dimos cuenta cuando el
Bebeto pasó hecho mierda en su birula y le metió un talegazo al Güelinton en la
mula. El patojo se quedó todo paralizado, agachando la cabeza, sin saber qué putas
hacer de lo ahuevado, fijate. El Bebeto pasó de retache y le tiró un patín que
por poquito le da en la mera ficha sino es porque el Güelinton medio se hizo el
queso.
―Mírense a ese hijueputa
muchá ―nos dijo el Richi.
―Verga hay que darle ―me
dijo a mí el Sapo.
Podíamos haber ido y
agarrarlo a pura punta de verga entre los tres, ¿me entendés?, pero les dije a
aquéllos que dejáramos que el mierda se las siguiera llevando de vergueador con
los güiros, a ver hasta dónde llegaba, que de todos modos de una vez quedaba
apuntado en la lista negra.
Ahuevado, el Güelinton
hizo el intento de correr como para su casa. Nosotros nos acercamos a la
esquina, a ver qué putas. El Bebeto nos vio pero le peló la verga, lo más
seguro es que anduviera bien prendido. Pasó pedaleando, hecho mierda, volvió a
alcanzar al Güelinton y le trabó un patín en la espalda. El patojo pisado cayó
de hocico y el litro de Pepsi y las tortillas volaron a la verga.
―Ahhhhh, se la está
ganando el talega ―dijo el Richi, estirando los dedos de las dos manos y
escupiendo como si se hubiera tragado un mosquito.
El Bebeto hizo una
guanaca más adelante, pasadito de donde está el Colegio Orión, regresó, volvió a
pasar enfrente del patojo, lo escupió y siguió pedaleando. Nosotros seguíamos
en la esquina, nada más viendo. El pisado se nos dejó ir, frenó y nos dijo que
qué putas, que si teníamos algún clavo. Nosotros nos reímos y le dijimos que
nel, que se calmara. El maje nos dijo que entonces a la verga, que parecíamos
putas ahí viendo, que no nos metiéramos en vergueos ajenos.
―¿Qué te hizo ese chavo
pues? —le preguntó el Sapo, sin quitarse el vaso de chela de la trompa.
―¡No me ha hecho ni
verga, chavo! —dijo así, rascadito, poniendo cara de malataza— ¿Por qué pues?
¿Te afecta en algo? ¿AH? ― le gritó al Sapo, agarrando bien duro el timón de la
birula y escupiendo.
Me acuerdo que andaba
todo de negro, con una su playera de Black Sabath, pants y unos sus Reebook
“clasic”. Yo me le quedé viendo, maleado. Me acuerdo que ese día andaba limpio,
el filero lo había dejado en la casa, no habíamos jalado nada y además, era
mediodía, y mucho color hacer vergueo a esa hora. Ahí todavía no habíamos
conocido al cerote del Bartolo ni mucho menos esa mierda del chichicaste, si
no, ja, olvidate.
―Nel, no me afecta para
ni verga. Yo preguntando nada más, mano ―le contestó el Sapo, con esa su risita
pisada de “vos-seguí-creyendo-que-la-vida-es-caldo-de-moronga-papaíto”
―Más te vale cerote ―le
dijo el pisado y se rió, más de burla que otra cosa.
Puta, en eso, apareció
la nana del Güelinton detrás del Bebeto, fijate, con un gran leño y cara de
maleada.
―¡Usté hijo de sesenta
mil putas qué se está creyendo! ―le gritó la doña, histérica, al mismo tiempo
que le estrellaba el leño en la espalda al pisado.
El Bebeto se dio la
vuelta y empezó a maltratarla. Leño en mano, la doña seguía gritándole que qué
se estaba creyendo, que dejara de chingar a su hijo, que el patojo no le había
hecho ni verga. De los vergazos, el mula se cayó de la birula. Si hubiera sido
un cachito más cabrón, hubiera agarrado ese su cacaste y se hubiera ido a la
mierda, pero nel. No sé cómo, le arrebató el leño y le metió un par de
talegazos a la doña en las patas. La doña se hizo para atrás, medio brincando, y
cayó de culo.
―¡Agarrá onda chavo! ―le
gritó el Sapo, haciendo como que se iba a sacar el cuete. El Richi se paró
enfrente de la doña, como para ayudarla, y yo hice el amague de que me le iba a
dejar ir al Bebeto, pero se montó a la cicle, nos gritó que estábamos pendientes
y se fue a la mierda.
La doña se levantó de la
banqueta y, en lugar de darnos las gracias, nos empezó a decir que éramos unos
vagos hijos de la chingada, unos mareros. Nosotros ni le pusimos coco; la pobre
doña andaba en otra onda, ¿me entendés? Dejamos que se desahogara. Ya se había
empezado a juntar algo de mara. La gente que iba en las burras se nos quedaba
viendo. Mucho colorón. Entonces nos metimos a la tienda y nos estuvimos ahí un
rato, acabándonos los litros. Cuando salimos, la doña ya no estaba. De seguro,
donde sí estaba era dándole verga al Güelinton, porque no sólo eran algo pobres
sino que además, se habían quedado sin tortillas ni Pepsi para el almuerzo.
―¿Bebeto le dicen a ese
maje, va muchá? ―nos preguntó el Sapo.
―Simoncho ―le dije yo―.
Vive ahí en Las Victorias, ya llegando a la Panza del Burro. Mero trabado el
hijueputa, ¿vaa?
―¡Lástima que no estaba
el Calo, cerotes! ―dijo el Richi.
―¡Lástima que no
andábamos loqueando decí! ―le grité yo así y me le quedé viendo al Sapo. Yo
sabía que a aquél las mierdas que hacían pisados como el Bebeto le caían en la
verga.
—Nadita le va a pasar
—me acuerdo que me dijo e hizo como que me disparaba a la cara con la mano.
De ahí creo que nos
fuimos a mi chante, a jalar coca para alivianarnos y bajar un cacho la chela,
antes del respectivo cevichito donde el Calaca, ahí en La Pólvora. En el camino
a la colonia nos fuimos hablando muladas sobre el Bebeto y otra mara que pelaba
cables en algunas colonias de Jocotenango. Mara que quería ganarse la rifa y
pasar a mejor vida. Mara que había que ir apuntando en la lista negra, ¿me
entendés? Por eso, cuando nos pusimos a cranear quién podía ser el Ricardo
Arjona, el primero que se me vino a la cabeza fue ese cerote, fijate. Con
aquéllos nos acordamos de lo que te acabo de contar y todos dijeron que fijo,
que apuntáramos al Bebeto en la lista del Bartolo y que lo atalayáramos para
ver si andaba suelto o en el tambo.
* * * * * *
De ahí, el Leches propuso a la Yuri para Gloria
Trevi. A la verga, mano, esa pisada era un caso. Al Leches se le ocurrió porque
se acordó de lo pura mierda que se había portado con un compadre suyo, el
finado Golón. Además, porque la pisada pelaba cables grueso. Había días en que
andaba de buenas, toda amable, como si su vida fuera la de esas pobres pisadas
de las telenovelas que de un día a otro se casan con un fichudo y todo es color
de rosa, y otros que andaba de malas, como cuando uno se queda sin droga y no
tiene ni un solo len para empezar a hacer el ajuste, maltratando a la gente y
metiéndose a clavos con los charamilas y los bolitos de Jocotes. La onda es que
cuando era chavita le cayó un pedazo de balcón de ventana en la ñola y desde
ahí la pisada ya no tuvo compostura, fijate.
Cuando el finado Golón
la conoció, la Yuri estaba estudiando en el INSOL. Tenía como dieciocho años y
todavía estaba en segundo básico. Ese mismo año la expulsaron por armarle
clavos a los profesores y a la directora. El finado Golón, que daba la vida por
la desgraciada, le metió en el coco que no estudiara y se la llevó a vivir con
él a su chante, ahí por El Guarda. ¡Error!, diría la mara. En un par de meses
la Yuri ya le daba verga a la mamá y a las hermanas del cerote; se iba a la
verga de la casa, desaparecía y regresaba cuando le daba la gana; dos o tres
veces por semana se ponía a gritar en plena madrugada como si le estuvieran
dando verga, ondas así, fijate. El finado Golón siempre andaba desesperado por
la cerota. Eso es lo pisado de encularse de alguien, ¿no creés?
Parece que la onda fue
que una de esas perdidas que se metía la pisada, probó piedra y le gustó esa
mierda. Bueno, ¡a quién no vaa! Se empezó a juntar con mara algo gruesa de Los
Ángeles y La Belleza. Para tener billete, se iba a la Terminal, a chuparle la
verga a los choferes y a los ayudantes. Diez varitas la mamada. Con cuatro ya
tenía su piedrita de crack la pisada. Mientras, el finado Golón viendo cómo
putas la enderezaba. La mara decía que no le gustaba coger, sólo hacer mameyes,
pero también contaban que, cuando ya no podía ni caminar del gran cruce que
llevaba, la mara aprovechaba y se la chimaba y recontrachimaba. Varias veces
nos la encontramos y se nos puso coqueta, pero pura mierda con el Golón, ¿me
entendés? Aquél no era cuate, cuate, pero de todos modos, mala onda. Además,
sólo de verla, ni ganas de coger te daban.
―Puta, yo cómo lo
puteaba al cerote ―dijo el Leches―. Puta, le decía que no fuera caballo, que la
pisada andaba loqueando, de mamertera, dándole el hoyo a cualquier cerote, que
la mandara a la quinta mierda, que le iba a pegar algo.
―¿Y qué te decía ese maje?
―le preguntó el Bartolo, rascándose la barbilla.
―Nada, que simón, que la
pisada no controlaba, pero que pura mierda no hacerle la pala, que la quería y
no sé qué más huecadas ―contestó el Leches. Siempre que hablaba de ondas
serias, le cambiaba de color el pellejo. Era blanco y se ponía todo colorado el
cerote.
―Va, pero no te pongás
puro camarón pues ―lo chingaba el Richi, quién más.
―¡A camarón le güele la
cuchara a la nía Chusita! ―le contestó el Leches. Doña Jesusa era la nana del
Richi.
―¡OOOOHHH! ¡UUUUHHH!
―gritamos casi todos―. ¡Qué vergazo Richi, hoy sí pisao! ―y nos cagamos de la
risa.
El Calo y el Bartolo se
rieron, pero sin ganas, como siempre.
―¿Y qué más? ―dijeron
los dos casi al mismo tiempo.
El Calo preguntó
también, como si no supiera ya la historia del finado Golón. Bueno, sí la sabía
pero no muy se acordaba. Tanta droga pisada, ni modo.
―El finado Golón fue
aquel maje que se fue hacer tres mierdas en una burra a Las Cañas, Calo ―le
dijo el Leches―. El año pasado. Un gordito él, con una cicatriz toda india en
la cara, pelo hongo, que a veces llegaba donde las putas y que se reía como si
se estuviera atragantando.
―Ah, ese cuate. Simón,
ya me acordé ―le contestó el Calo.
Si vos hubieras visto
cómo paró el finado Golón, puta, te habría dado lástima, mano. Aquél siempre
había sido algo chibolón, pero el sida
lo hizo tres vergas, lo dejó peor que condongo usado. En un par de meses se
empezó a poner calaverudo y le costaba un chingo poder salir de la cama. Decía que
tenía una infección en las amígdalas que ni a putas se le quitaba. Lo llevaron
a la capital, ahí al Roosevelt, y cabal tenía esa babosada.
Le explicaron cómo
estaba el agarrón y le dijeron que lo sentían mucho pero que ya no se podía
hacer nada, que ya mero se iba a ir a caldo. Entonces aquél sintió que le
habían aventado un cubetazo de agua de pozo y, ni modo, peló cables, ¿me
entendés? Se quería ahorcar con su cincho ahí mismo, en el Roosevelt. Lo
tuvieron que anestesiar al hijuevergas. Cuando regresó a su chante, se zampó un
cuarto de Venado puro de un solo talegazo, agarró una hachita pisada que su
ruca usaba para partir huesos de res y se salió a buscar a la atarantada de la
Yuri. Él decía que con ella era con la única que había volado huevo al natural,
decís vos. Pero no la encontró. Maleado, se subió a una burra que estaba
esperando que le tocara su turno ahí en la Terminal de la Antigua y le destazó
la cara y los brazos al ayudante, que se estaba echando un cuaje para mientras.
Antes de que lo
lincharan, encendió la burra y se fue a la verga. Agarró camino para Guate. Y
bueno, lo que pusieron los bomberos en el parte fue que el pobre Golón se había
embarrancado. Sí, iba por la parte de arriba de la cuesta de Las Cañas, yendo
para Guate, como te digo, y ahí pegó el timonazo. Entonces olvidate, se vino en
picadita, cayó cabal en la cuesta de Las Cañas, dio tres vueltas y se fue al
barranco. ¡Imaginate el putazo, pues! Toda la mara aquí en Jocotes no nos lo
creíamos. Pero como nadie vio y eso salió en la prensa, sepa putas si fue así o
no. La cosa es que al Golón lo tuvieron que sacar por pedazos de la carrocería
pisada.
―¿Y la tal Yuri sigue
viva? ―preguntó el Bartolo.
―Simón. Ahí anda igual
que siempre la hijaeputa, sólo que un cacho más hecha mierda. Sepa putas cómo
ha aguantado tanto la casaca ―contestó el Leches.
Era cierto. Todos decían
que la Yuri tenía sida, pero ningún
pisado quería decir que sí por miedo a que pensaran que se la había cogido. Lo
más fácil era decir que sí y echarle el muerto de lo que le había pasado al
finado Golón.
―El otro día la vi y me
sacó la madre porque le grité “tartamuda” ―dijo el Mapa.
―Paró tartamuda de
chupar tanto pipe ―se metió a decir el Richi.
El Bartolo no le quitaba
la vista de encima al Leches.
―¿Era cuate tuyo,
Leches?
―Simón, Tolo, era cuate
mío pues.
―No se hable más
entonces. Ya tenemos Gloria Trevi, pisados.
A esas alturas, aunque alguno no estuviera de
acuerdo, ¿cómo se lo ibas a decir al pisado? Nah, no se podía, mano, aunque
quisieras, porque aquí entre nos, yo siempre quise, pero me costó atreverme,
¿me entendés?
* * * * * *
Ahora el que sí me dio un cacho de lástima cuando
lo apuntamos en la lista fue el Goyo, vos, o sea el maje que la iba a hacer de
Juan Gabriel. Ese pobre pisado no le había hecho nada grueso a ninguno de
nosotros, fijate. Lo que pasa es que cada vez que miraba al Calo, no se
aguantaba las ganas y, de hacerle ojitos y suspirar, pasaba a silbarle o a
decirle adiós, o a piropearle alguna huecada. El pobre maje creía que como el
Calo nunca lo mandaba a la verga ni le reclamaba ni verga, no había clavo. Es
más, creía que al Calo le hacía gracia. Al igual que uno con los culitos,
parece que ese tipo de pisados tampoco pierden las esperanzas así tan
fácilmente, ¿no creés?
Conociéndolo, el Calo no
se iba a parar a reclamarle ni a ni verga. El Calo iba a ir pero a agarrarlo a
pura punta de verga. Así, sin tanta paja. Si raras veces medio lo saludaba era
porque el Goyo se mantenía aplastado a dos casas del taller a donde el Calo
llevaba su moto y tenía que pasar enfrente. La onda es que el Calo hacía “bísnes”
con el dueño del taller desde hacía un vergo de años, entonces imaginate, ya
estaba hasta la verga de estarse encontrando al morral del Goyo y tener que aguantarle
esa cara de marica, con sus pantaloncitos apretados y sus sudaderitos amarillos
o rosados, siempre riéndose por todo y haciendo muecas de ishta a la que le pica
el gallo por probar pipe.
Cada vez que el Calo
tenía que ir al taller, andaba emputado. Y cuando regresaba y nos lo
encontrábamos en el bar, seguía igual o peor. Esto poco los saben, pero el Calo
casi mata a un su primo, fijate. Eran chavitos y se habían ido a nadar al Pilar
con otros cuates que el Calo tenía en la Antigua. Cuando estaban metidos en la
piscina, vino un pisado que le decían Tapita, se puso detrás del Calo y por
chingar le agarró la verga. Como era bajito, el agua lo tapaba casi entero.
Sólo tuvo que encoger las patas para que el Calo no lo viera. Cuando se dio la
vuelta, el que estaba ahí era el Esvin, su primo, y con él la pagó el cerote.
Lo quería ahogar al pobre chavo.
Pero pues sí, cuando el Mapa mencionó al Goyo,
al Calo se le iluminaron las pepitas. Ja, no se lo pensó dos veces el talega.
―Contales lo que te pasó
aquel quince de agosto, cuando fuiste al taller del Rata en la mañana ―le dijo
el Mapa.
―Nah, pa’ qué ―le
contestó el Calo, llevándoselas de desinteresado.
―Va, si no, lo cuento yo
entonces.
―Vos verga querés que te
dé, ¿vaa?
Entonces metí yo el
hocico.
―Cuenten, pisados.
La onda fue que esa
quince de agosto, cuando el Goyo vio que el Calo venía caminando a recoger su
moto, estiró las patas, se metió la mano entre el pants y se empezó a sobijear
la moronga. Dice que el Calo sólo lo vio de reojo y siguió de largo, que estuvo
a punto de regresar y darle verga, pero que se acordó de que el Rata le había
pedido favor que no hiciera clavos cerca de su taller, porque decía que la tira
ya lo tenía controlado con su negocito y no quería llamar la atención de los
vecinos. El Rata se dedicaba a comprar recién nacidos a familias pobres, inditos
casi siempre, para transárselos a los gringos que venían a la Antigua
supuestamente a aprender español o a comprar casas. Le iba bien al desgraciado.
Se sabía bien todo el teje y maneje.
―Jajaja, ¿se estaba
pajeando el maldito entonces? ―empezó a chingar el Richi.
―¡Oooosshh… pe… pe… pero
qué ascoooo! ―dijo el Sapo, poniendo voz de caquerita del Liceo Rosales de
aquella época.
―Además, ¿no le has
visto la cara? ¡Parece garapiñado tu casero! ―siguió el Richi.
―O sea que hueco y feo
―habló el Bartolo, que me acuerdo que juró por Dios que no quería meterse mucho
en la elección de nuestros “candidatos”, pero que siempre tuvo la última
palabra.
―Y además vago ―me metí
a decir yo―, porque el güicoyón mierda pasa aplastadote en la puerta de su casa
mañana, tarde y noche sin hacer ni pura verga.
―Hueco, feo y parásito
―dijo el Bartolo―. Que se venga.
Y ahí quedó la onda,
fijate. Ya teníamos a los tres pisados.
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